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29 de octubre de 2014

EL DORÍFORO DE BAELO CLAUDIA

Hacía mucho tiempo que no me daba un paseo por la maravillosa playa gaditana de Bolonia, donde se encuentran las ruinas de la ciudad romana de Baelo Claudia. Tanto tiempo, que no conocía el coqueto museo que se encuentra en el edificio de recepción de visitantes, con muestras de preciosidades halladas en las excavaciones. Hace unos días, gracias a un curso organizado por la asociación de profesores de Historia Hespérides, tuve la oportunidad de enmendar esa mi ignorancia y visitar las para mí nuevas instalaciones. Todo me gustó, pero me dejó especialmente sorprendido el tronco de un espectacular cuerpo masculino. En el cartel explicativo se le llama El Doríforo de Baelo Claudia y les copio tal cual el texto explicativo. Disfruten del mismo y de la foto que me traje en el macuto digital.


Durante las excavaciones arqueológicas realizadas en el año 2012 por la Universidad de Cádiz, se descubrieron los restos de una estatua de mármol en el relleno de la gran piscina de las Termas Marítimas, junto a una hornacina semicircular que presidía la parte trasera de dicha natatio. El estudio estilístico de la escultura ha permitido fecharla en el s. II d. C. , permaneciendo en este espacio hasta después de su reocupación, ya que ha aparecido en niveles de mediados del s. V d.C.

La estatua representa a un atleta desnudo, que porta en su mano derecha una lanza (de la cual se ha localizado la punta metálica en las excavaciones), por lo que se interpreta como una copia romana del Doríforo del escultor griego clásico Policleto. Gracias a los estudios arqueométricos realizados, sabemos que para su elaboración se utilizó mármol blanco de primera calidad con veteados grisáceos, procedentes de la isla griega de Paros.

Esta escultura es de gran calidad artística, y constituye hasta la fecha la primera copia del Doríforo aparecida en Hispania. Constituye la escultura más relevante de todas las aparecidas hasta la fecha en esta ciudad hispanorromana gaditana, testimoniando el refinamiento y elevado poder adquisitivo de la élites dirigentes que vivieron en Baelo Claudia durante época romana”


Foto: El Doríforo de Baelo Calaudia realizada por Daniel García-Parra



20 de octubre de 2014

EL PATIO DEL CASTILLO DE VÉLEZ BLANCO


Escribí, allá por noviembre del 20012, un artículo sobre el Castillo de Vélez Blanco y el triste expolio de su magnífico patio renacentista, que fue desmontado piedra a piedra, vendido por quien fuera su dueño por aquél entonces, el duque de Medina Sidonia y que terminó expuesto en el Museo Metropolitano de Nueva York donde hoy se puede visitar.

Me faltaron, cuando todo esto relaté, imágenes del patio para poder ilustrar el artículo. Me las apañé con una mala foto tomada de un cartel de información turística. Pero, milagros de la aldea global que también ocurren, recibo el otro día la carta de un lector residente en Nueva York que paso a mostrarles estractada:

[…] Primero, quiero agradecerle toda la información tan interesante que usted ha proporcionado sobre ese admirable castillo. Mi interés en la obra comenzó en mi ciudad de residencia, Nueva York, después de haber visitado incontables veces en el Museo Metropolitano de esta ciudad el patio renacentista que perteneció al castillo y que desde 1964 se encuentra instalado en el Museo.

Soy fotógrafo, no de profesión, sino de afición, y tengo un buen equipo fotográfico. El uso de mis fotos digitales es puramente personal y por placer. Algunas de mis fotos las he mostrado en series en lugares como Facebook. Y ahora preparo una serie sobre ese patio tan extraordinario.


Aunque su trabajo sobre el castillo fue terminado hace muchos meses, en mi comentario en su blog le ofrecí todas las fotos de alta resolución que usted quisiera de este patio, en caso de que usted quisiera ampliar las ilustraciones o hacer un nuevo trabajo específico sobre ese patio. [...]”

Y dicho y hecho. Marcial Fernández, que así es como se llama el amable lector y, desde hoy, colaborador de este blog, me ha hecho llegar unas preciosas fotografías realizadas por él, que nos muestran el patio del Castillo de Vélez Blanco tal y como se muestra actualmente en Nueva York. Gracias Marcial. Las expongo para que ustedes las disfruten. Como siempre, para verlas en tamaño original no hay más que pinchar en la propia imagen.














Fotos realizadas y cedidas por MARCIAL FERNÁNDEZ, Nueva York.

10 de enero de 2014

LA FALSA TIZONA, EL FALSO DON PELAYO

La Rendición de Breda. Velázquez. Museo del Prado.


Autor: F. Javier Herrero
Publicado en El País del 10/1/2014

Fíjense en el cuadro de Velázquez que abre este post. Todos nosotros lo reconocemos y lo hemos visto al menos alguna vez en nuestros libros escolares, La rendición de Breda pintado en 1635, y sabemos que narra una victoria militar de los Tercios de Flandes frente a los holandeses, que no acataban la soberanía de los Habsburgo españoles. Podríamos decir que esa obra del pintor sevillano se ha grabado en nuestra memoria para recordar ese suceso histórico pero a pesar de su apariencia realista, no narra lo que en ese momento ocurrió. El acto de entrega de la llave de la ciudad por Justino de Nassau aAmbrosio de Spínola nunca tuvo lugar y tras un acuerdo mutuamente favorable, las tropas holandesas abandonaban Breda. Hubo asedio, pero no hubo ninguna batalla memorable, y por tanto, no se produjo ese homenaje caballeroso a los derrotados. Si además de esto, añadimos que los tercios que tomaron parte en esa acción militar estaban formados en su totalidad por extranjeros y las famosas lanzas que aparecen en el cuadro ya no eran usadas en ese tiempo pues fueron sustituidas por arcabuces, ¿qué ocurrió en esa capitulación? La Corte española encargó a Velázquez esa pintura con la intención de engrandecer y darle una pátina de gloria a la victoria de Breda que, aun teniendo una gran importancia para la guerra en Flandes, no fue una gesta heroica. Este es uno de los recursos que los gobernantes y las élites han tenido a lo largo de la historia para modificar el imaginario histórico de sociedades enteras y nos han llevado a un conocimiento erróneo del pasado tal y como nos cuenta Miguel-Anxo Murado en La invención del pasado, publicado por Debate.

 El arqueólogo y periodista gallego, colaborador habitual de la BBC y The Guardian, ha escrito libros como Otra idea de Galicia, y en este ensayo escoge una serie de momentos de nuestra historia para demostrar que no podemos defender las decisiones del presente con argumentos del pasado por la sencilla razón de que la historia no puede proporcionarnos ninguna certeza porque sus bases son demasiado débiles e inestables. Teniendo en cuenta que la ideología es el elemento de distorsión más fácil de detectar  y por tanto de corregir, Murado prefiere llevar nuestra atención hacia otros factores menos obvios pero mucho más decisivos a la hora de deformar nuestra conciencia histórica. La finalidad de La invención del pasado sería, según el autor, que el lector de historia adopte una actitud escéptica para intentar conocer lo que ha sucedido porque la historia no puede tener el carácter probatorio que se le atribuye.

Si una de las bases de la investigación histórica es el riguroso análisis de los documentación, en este país esa tarea se convierte en algo prácticamente imposible para conocer algunos períodos concretos como por ejemplo el surgimiento del Reino de Asturias, mito fundacional de España según la historia convencional, tras la invasión musulmana de 711 (otro asunto que se trata en el libro). Murado presenta un panorama desolador para un historiador interesado en el pasado de Asturias pues el problema no es solo la ausencia de documentos contemporáneos que nos transmitan información sino que los que existen son muy posteriores, y falsos casi en su totalidad. Esto se debe a la tarea del obispoPelayo de Oviedo, que en el siglo XII se dedicó a manipular o inventar todo un corpus documental relacionado con la monarquía asturiana. Las razones que tenía el obispo para llevar a cabo esa tarea parece que eran más de índole material que espiritual y estaban relacionadas con el impulso de su flamante sede obispal.

 Tener que trabajar sobre documentos falsificados es peliagudo pero se puede subir un escalón en la dificultad si el terreno en el que nos movemos es ya el de la pura invención. Esto es lo que el autor define como la 'construcción de la historia' y para ello aborda el caso de Castilla y su imagen histórica. A finales del siglo XII, el reino castellano detentaba un poder político en la península que para sus monarcas, no se compadecía con el pasado que se le atribuía de condado irrelevante y fronterizo. Por ello, la monarquía castellana encargó al arzobispo Ximénez de Rada la misión de que promoviese una versión de los orígenes de Castilla como reino antiguo y glorioso. Su obra máxima será Historia Gothica, y en ella este obispo hace una reelaboración de todo el relato histórico que confiere a la dinastía castellana, y no a la leonesa, la legitimidad de su descendencia de la misma monarquía goda y le añade algunas leyendas sobre una Castilla remotamente independiente. Al igual que en el caso asturiano, aquí Ximénez de Rada tiene motivos personales importantes para crear esa imagen del reino castellano como lícito continuador de la monarquía visigoda ya que el papado tiene que dirimir cuál va a ser la diócesis primada en España y nuestro arzobispo defiende la candidatura de Toledo, la antigua capital del reino visigodo.

 Dentro de este proceso de 'construcción del pasado' a lo largo del siglo XIX y tratando de adaptar las visiones de España que se forjaron con las crónicas alfonsinas o las de Florián de Ocampo y Juan de Mariana, especialmente éste último, aparecen las historias nacionales cuyo máximo exponente será Modesto Lafuente y su Historia General de España. El objetivo de Lafuente y toda una pléyade de intelectuales era plantear el relato histórico en los términos de la identidad nacional española, teniendo cuidado de que lo castellano fuese el componente esencial de esa identidad. José Álvarez Junco nos describe en su gran obra Mater Dolorosa. La idea de España en el siglo XIX el esquema dominante de estas narraciones: paraíso (España aislada, feliz e independiente), caída (“pérdidas de España bajo Roma, los musulmanes, etc”) y redención (España recupera con el régimen liberal las libertades perdidas). Pero hay que esperar a Menéndez Pidalprimus inter pares de los intelectuales nacionalistas liberales, para que la concepción castellanocéntrica se convierta finalmente en la idea histórica de España. Menéndez Pidal pensaba que el mejor hilo conductor de su teoría, buceando en los elementos esenciales que conforman ese espíritu del pueblo o Volksgeist español, era la lengua y decidió basar sobre el Poema de Mío Cid todo su proyecto histórico. Como recuerda Murado, Pidal usó una obra de arte literaria como un documento válido para la investigación y similar a una crónica periodística. Aunque la historiografía científica se ha ido abriendo camino desde los años 70 del siglo pasado y las contradicciones de este discurso son evidentes, el prestigio de Pidal es tan fuerte que su idea de España sigue dominando el imaginario colectivo.

La importancia de una visión histórica que legitime al régimen político que se asienta en el poder ha hecho que se fomenten iniciativas culturales como el género de la pintura histórica (durante el siglo XIX), los hallazgos arqueológicos, el cuidado de objetos históricos en los museos, la gestión de los lugares que evocan la memoria colectiva(casas natales, espacios protegidos, etc) con el propósito de que el mensaje que nos transmiten sea acorde a la idea histórica de España que esos regímenes han propugnado. Las pinturas traducían al lenguaje plástico “verdades” de la historia mientras que los objetos conservados en los museos nos permitirían palpar ese pasado para recordarlo, pero de acuerdo a una visión que muy frecuentemente llega distorsionada. El problema se hace mayor si hablamos de falsificaciones y Murado nos expone un ejemplo reciente que muchos recordarán y tiene que ver otra vez con la figura del Cid, en esta caso con laTizona, su famosa espada. En este asunto se mezclan varios aspectos como el contexto neonacionalista de la época del expresidente Aznar, las alegrías presupuestarias de un momento económico boyante, la atracción casi irracional de un objeto mitificado y los intereses de políticos locales mediocres. En diciembre de 2002 la Tizona fue declarada Bien de Interés Cultural, previo informe sobre su autenticidad de la Universidad Complutense de Madrid. No valieron cuatro estudios sucesivos de expertos quedeterminaban categóricamente que no era la espada del Cid. En 2007 La Junta de Castilla y León pagó 1,6 millones de euros al marqués de Falcés por una espada cuyo valor había quedado tasado en unos seis mil o siete mil euros por los expertos antes mencionados.

 Estos son solo algunos de los ejemplos que Miguel-Anxo Murado trata en su muy interesante ensayo, que termina preguntándose si sirve para algo la historia. Julián Casanova citaba en un reciente artículo cómo entendía Lord Acton (1834-1902) la buena historia al dirigirse a sus colaboradores en la Cambridge Modern History, “nuestro Waterloo debe escribirse de tal forma que satisfaga al mismo tiempo a franceses, ingleses, alemanes y holandeses”. Ya sea a través de la educación o a través de la cultura conmemorativa de valores compartidos, ¿podremos tener en el futuro una noción de la historia de España más cercana a la verdad que a la ficción y que satisfaga a la par a catalanes, andaluces, vascos, gallegos y castellanos? 

Autor: F. Javier Herrero
Publicado en El País del 10/1/2014
Foto: El País



4 de enero de 2014

LA ODISEA POLAR DE SHACKLETON


Autor: David Torres. Leído en Público.es el 4/1/2014

El hallazgo en cabo Evans de unas placas fotográficas congeladas desde hace un siglo rememora una de las mayores gestas de supervivencia de la era contemporánea: la de la Expedición Imperial Transantártica de 1914 dirigida por sir Ernest Shackleton. Muchos son los homenajes que este año celebrarán el centenario de la primera gran carnicería a escala planetaria, pero pocos tendrán un momento para el recuerdo de Shackleton y sus hombres, la antítesis perfecta de la guerra de trincheras, probablemente la lucha más hermosa, noble y limpia que el hombre haya entablado jamás contra las fuerzas de la naturaleza.
Todo comenzó con un anuncio que Shackleton publicó en la prensa, que muestra la pasta de la que estaba hecha la gente de hace un siglo y que todavía hoy pone los pelos de punta: “Se necesitan hombres para viaje arriesgado. Poco sueldo, mucho frío, largos meses en total oscuridad. Peligro constante, sin garantía de regreso. En caso de éxito, reconocimiento y gloria”. Más de cinco mil voluntarios respondieron a la llamada, de los cuales Shackleton seleccionó personalmente a ventiseis, a los cuales posteriormente se unió un polizón. El Endurance partió en el verano de 1914, poco antes de iniciarse la contienda, y cuando atravesaba el mar de Wedell, quedó encallado en la banquisa apenas a una jornada de navegación del lugar previsto para el desembarco en el continente. Jamás llegó a tocar tierra.
Allí, atrapados en una telaraña de hielo, a miles de kilómetros de cualquier ruta conocida, y mientras el mundo civilizado estallaba en pedazos, comenzó la larga odisea antártica. Muy pronto Shackleton comprendió que no podían recibir ayuda del exterior y que tampoco lograrían liberar la nave. Consciente de las tragedias y catástrofes que jalonan la historia de las exploraciones polares, no permitió en ningún momento que decayera la moral y echó mano de todos los recursos a su alcance para mantener el ánimo de la tripulación, desde improvisadas obras de teatro a partidos de fútbol sobre el hielo. Cuando, meses después, dio la orden de abandonar el barco, ordenó conservar únicamente lo imprescindible: lanchas, tiendas de campaña, perros y provisiones. El Jefe (el sobrenombre que le pusieron sus hombres y que él consideraba aun por encima del título de sir, conseguido años antes al alcanzar el polo sur magnético) fue el primero en dar ejemplo arrojando a la nieve dos guineas de oro y su biblia personal, de la que guardó únicamente una hoja, un fragmento del Libro de Job (“¿De qué vientre sale el hielo? ¿Y la escarcha del cielo, quien la da a luz?”) donde parecía trazado el destino de todos.
Pero Shackleton, aparte de tozudo, tenía la manía de la supervivencia. No iba a repetir la historia del capitán Scott, congelado junto a varios de sus hombres al regreso del polo sur. Años atrás, al regreso de una expedición en la que había tenido el coraje de dar media vuelta cuando se encontraba a menos de cien kilómetros de su objetivo, Shackleton escribió a su mujer: “He pensado que preferirías un burro vivo a un león muerto”. Es curioso que los mismos expertos en liderazgo que lo ponen hoy día como ejemplo, pasen por alto que fracasó en todas las empresas de exploración y en todos los negocios que llevó a cabo, y que su gran logro, casi su único logro, es que, después de tres años de terribles padecimientos, logró regresar a Inglaterra sin perder un solo hombre.
Sin duda alguna ésa es la gran lección de Shackleton, el empeño que puso en sacar a todos vivos de aquel laberinto helado sin más bajas que los perros de trineo que habían llevado consigo y los cachorros que nacieron durante el viaje. En abril de 1916, después de incontables caminatas sobre bloques de hielo y un arriesgado cabotaje entre témpanos que amenazaban con hundir las lanchas, arribaron a Isla Elefante, un escollo perdido de donde no había más salida que el mar. Shackleton entonces confió su suerte a Worsley, el capitán del Endurance, quien partió en una ballenera de apenas siete metros de eslora junto a cinco hombres, dispuesto a cruzar mil quinientos kilómetros por el océano más tormentoso del mundo rumbo a las Georgias del Sur. Worsley consiguió una hazaña naútica sin parangón en la historia naval, embocando la ruta sin otra ayuda que su instinto marinero y un par de mediciones con el sextante, cuando una desviación de un solo grado hubiera supuesto el desastre.
Allí dio comienzo el penúltimo capítulo de la odisea: habían desembarcado en una orilla desconocida y ahora tenían que cruzar de lado a lado hasta la base ballenera de Stromnes atravesando una cordillera virgen. Unos días después Shackleton y dos compañeros  tocaron a la puerta de una de las cabañas como una aparición del otro mundo. De inmediato rescataron al maltrecho trío que esperaba al otro lado de la isla, pero invirtieron seis meses y tres tentativas de rescate en alcanzar otra vez Isla Elefante. Por suerte, había confiado el grueso del grupo a manos de su lugarteniente, Frank Wild, un hombre que mantuvo la disciplina y el ánimo a punto, como si fuese el propio Jefe. A bordo del Yelcho, un remolcador chileno, Shackleton vio aparecer la peculiar silueta del islote y contó ansiosamente las figuras que agitaban los brazos desde la orilla. Se echó a llorar cuando vio que no faltaba ninguno. Lo había conseguido: no el polo sur, ni la travesía transantártica, sino sacarlos con vida a todos de aquel infierno blanco.
Por desgracia, la Gran Guerra continuaba y muchas de las vidas que Shackleton había cuidado con tanto esmero en su aventura polar se perdieron en los campos de batalla de Europa. “Todos tenemos nuestro Sur blanco” dejó escrito en su gran libro, South, publicado unos años después de la gran epopeya. En 1922, tras varias empresas donde no le acompañó la suerte, se organizó un viaje conmemorativo a las Georgias del Sur donde viajaron Shackleton, Wild y otros supervivientes. Como en pago de una antigua deuda, un infarto fulminó al Jefe poco después del desembarco y su viuda decidió que lo enterraran allí, en el cementerio de Gritvyken, en una tumba adornada con un verso de Browning en donde hoy, de vez en cuando, los pingüinos montan guardia. Raymond Prestley, un geólogo que trabajó con los tres grandes exploradores polares, resumió así las virtudes de cada uno: “Como jefe de una expedición científica, elegiría a Scott; para un raid polar rápido y eficaz, a Amundsen; pero en medio de la adversidad, cuando no ves salida, ponte de rodillas y reza para que te envíen a Shackleton”.

Autor: David Torres. Leído en Público.es el 4/1/2014
Foto: Público.es


17 de diciembre de 2013

LOS ANCESTROS DE MI GATO



El gato que duerme sobre nuestro sofá, se calienta junto al radiador o nos pide insistentemente de comer, nuestro gato casero, tiene unos exóticos orígenes orientales. Arqueólogos de la Universidad de Washington en St. Louis creen que los mininos fuerondomesticados por primera vez hace 5.300 años por agricultores del antiguo pueblo chino de Quanhucun y no en Egipto, como se creía hasta ahora. Su hipótesis aparece publicada en la revista Proceedings de la Academia Nacional de Ciencias (PNAS) de EE.UU.
Raramente se encuentran restos de gatos en los antiguos yacimientos arqueológicos y se sabe poco sobre la forma en la que fueron domesticados. Hasta ahora, se creía que este proceso ocurrió por primera vez en el antiguo Egipto, hace unos 4.000 años, pero investigaciones más recientes sugieren que esta estrecha relación pudo haber surgido mucho antes. Incluso se ha encontrado un gato salvaje enterrado con un ser humano en Chipre hace casi 10.000 años.
Sin retrotraerse tanto en el tiempo, la nueva investigación sitúa la domesticación de los gatos en las antiguas aldeas agrícolas de China. «Los gatos se sentían atraídos por los antiguos pueblos agrícolas en los que había pequeños animales, como roedores que vivían del grano que los agricultores cultivaban, comían y almacenaban», explica Fiona Marshall, coautora del estudio. «El pueblo de Quanhucun era una fuente de alimento para los gatos hace 5.300 años, y la relación entre humanos y gatos tenía beneficios mutuos, aunque era ventajosa para los gatos», dice.
La idea de que los gatos se domesticaron ellos mismos en los primeros asentamientos agrícolas no es nueva, pero había pocas evidencias para sostener la teoría. El nuevo estudio las ha encontrado en ocho huesos de al menos dos gatos recuperados del yacimiento de Quanhucum por científicos de la Academia China de Ciencias. Utilizando la datación por radiocarbono y los análisis isotópicos de huellas de carbono y nitrógeno en los huesos, demostraron cómo una raza de gatos salvajes encontró un hueco en una sociedad que se nutría del cultivo extensivo del grano de mijo.
Los isótopos de carbono indican que roedores, perros y cerdos domésticos de la antigua aldea comían mijo, pero no los ciervos. Sin embargo, los gatos se aprovechaban de los roedores que vivían en el mijo cultivado y que daban problemas a los agricultores, como se aprecia en señales en las ollas de almacenamiento de grano.

Alimentado por humanos


Los científicos creen que la relación entre los gatos y los seres humanos se hizo cada vez mayor. Uno de los gatos analizados era viejo, lo que demuestra que sobrevivió mucho tiempo en el pueblo. Además, se aprecia que había comido menos ratones y más mijo de lo esperado, lo que sugiere que hurgaba entre la comida humana o era alimentado.
Estudios recientes de ADN indican que la mayoría de los aproximadamente 600 millones de gatos domésticos que viven actualmente en todo el mundo son descendientes de gatos salvajes del Cercano Oriente, una de las cinco subespecies de gato salvaje Felis sylvestris lybica que todavía se encuentran en todo el Viejo Mundo.
Actualmente no hay pruebas de ADN para demostrar si los gatos de Quanhucun son descendientes de este gato salvaje del Cercano Oriente, una subespecie no nativa de la zona. Si los gatos de Quanhucun resultan ser cercanos descendientes de este gato, esto sugeriría que fueron domesticados en otro lugar y posteriormente introducidos a la región.
«Todavía no sabemos si estos gatos llegaron a China desde el Cercano Oriente, ya sea porque se cruzaran con especies silvestres de gato chinas o incluso porque los gatos procedentes de China tuvieran un papel insospechado en la domesticación», dicen los investigadores.
Publicado en ABC.es el 17/11/2013


10 de noviembre de 2013

EL COÑO DE LA BERNARDA

Mi amiga Isabel Chumillas ha publicado un enlace en su Facebook que nos lleva a un blog titulado “El ventano”. En él, Qaesar publica un post que no tiene desperdicio: se trata del origen de la expresión “el coño de la Bernarda” y su verdadera(?) historia. Tal cual lo transcribo.

Cuentan las crónicas que la tal Bernarda nació a mediados del siglo XVI en Artefa, pequeño pueblo de las Alpujarras granadinas. Tenía fama de santera y recorría la comarca con sus tablillas de oraciones con una mezcla de versículos coránicos y cristianos para contentar a los dos bandos religiosos que poblaban el Ándalus.

La mujer, igual enderezaba una pata torcida de un cordero o curaba una dolencia en la espalda, que dirigía los rezos en la ermita en ausencia del cura, por lo que era muy querida entre la vecindad. 

Una noche se acostó especialmente apesadumbrada por haber dedicado su vida a los demás, no haberse casado y no haber tenido hijos, pues, según ella, "no es buena la mujer de cuyo figo non salen fillos".

En ese momento apareciósele la figura de San Isidro que, metiéndole la mano en la raja, gustóse tanto la santa mujer que entendió por fin el significado de la expresión 'tener mano de santo'. A punto casi de morir por el arrobamiento experimentado, creyó ella oír del santo labriego la expresión 'San Isidro labrador, quita lo seco y devuelve el verdor'.

La mujer contó su sueño al Conde de Artefa en una de sus visitas, y desde entonces las cosechas de Artefa se sucedieron sin parar y desapareció la hambruna que asolaba la comarca. El Conde, hombre religioso y devoto donde los hubiera, le contó al cura del lugar, Don Higinio Torregrosa, las consecuencias del sueño de la Bernarda.

En la homilía del domingo siguiente, Don Higinio cantó desde el púlpito las alabanzas de Dios que "tantos bienes e menesteres plugóle mandar sobre esta sancta terra nuestra, por mediación de la muy noble e sancta muller de Bernarda, o más bien, por medio del figo della, o sea, del coño suyo benedito".

Sin embargo, había un artefaño, conocido como 'Manolico el tontico' que se pasó todo el día gritando a voz pelada "que non se creyera lo de la sancta Bernarda, que ninguna muller es sancta por donde mea". La mujer mandólo traer a su presencia y allí, en la intimidad de la ermita díjole: "Mete tu mano en el coño bendito, a ver si miento, en lo que siento, y sea tu escarmiento". Hízolo así, y desde entonces Manolico se transformó en el más célebre predicador del figo benedito de su paisana por toda la Alpujarra.

Desde entonces, las crónicas dicen que "todos los homnes, e mulleres, de los derredores, allegábanse a casa la Bernarda a tocar su coño benedito, y por doquiera la abundançia manaba. Las mulleres daban fillos sietemesinos fuertes como cabritillos, y las guarras parían cochinillos a porrillo, las cosechas se multiplicaban y hasta las gallinas empollaban ovos de sete yemas...".


Tras la muerte de la buena mujer, la comarca sufrió multitud de catástrofes. Terremotos, abortos en el ganado y las mujeres, cosechas baldías... Sin embargo cuenta la leyenda que un buen día "una muller del pueblo que ploraba lagrimas de seus ollos al sepolcro della, vióse sorprendida por unas luminarias que ascendían del sepolcro".

Asustada, corrió a contarlo al cura, que ordenó desenterraran el cuerpo de la mujer, "hallando que la Bernarda polvo era, como es la suerte de nuestros padres, salvo su figo incorrupto, rojo y húmedo qual breva". El párroco ordenó el traslado del despojo santo a la parroquia, donde enseguida lo colocaron en un relicario, llamado desde entonces el 'Coño de la Bernarda', que procuraba grandes vienes a quienes lo tocaran con fervor.

El cura solicitó la canonización de la Bernarda, pero las altas jerarquías le contestaron una carta con serias advertencias. "Dicen los senyores teólogos e dominicos desta Ecclesia de Granada que nunca oyóse en toda la christiandad, que el Senyor Papa gobierna, y Christo benedice, que nada bueno saliera del coño de una muller, a no ser el Senyor mesmo IesuChristo, de su Sancta Madre, con todo Virgen, e que por eso la devoçión popular del coño de la Bernarda era cosa perniçiosa que devía ser desterrada, so pena de mandar la Inquisición a façer las pesquisas oportunas", se lee en la carta.

Según las crónicas, el párroco seguía confiando en la mujer y "una noche del 9 de Abril, del año de Nuestro Senyor IesuChristo de 1.609, alumbrado solo por dos candelas, y con el notario por único testigo dello, colocó el sancto reliquario del coño de la Bernarda tras un emparedado debaixo de la ventana de la Sacrestía, donde permaneciera hasta que la Ecclesia mudara su razonamiento sobre este singular suceso, y asi la buena Bernarda trajera de nuevo la benedición sobre el pueblo della".

A pesar de estas hazañas, calificar algo como el 'Coño de la Bernarda' es tildarle de desordenado, cochambroso y en el que todo el mundo puede entrar y salir a su aire, entre otras acepciones, desprestigiando así las maravillas que encerraba el figo de aquella santera de las Alpujarras.

Autor: Qaesar. Publicado en el blog El ventano

5 de noviembre de 2013

LOS "PLATOS MICHELÍN" DEL HAMBRE EN LA ESPAÑA DE FRANCO


Artículo publicado en Público.es el 4 de noviembre de 2013. Su autor es J. San Miguel y aparece en el blog Actualidad Gastronómica. Creo que es un buen toque de atención para una sociedad desmemoriada que da la espalda a su pasado y, en gran medida, a su preocupante presente. 


El pasado 3 de octubre, los medios de comunicación se hicieron eco de una noticia con tintes dramáticos y ejemplarizante de los efectos devastadores de la crisis: un indigente de 23 años, primera persona que muere de hambre en España. Se trataba de un hombre de nacionalidad polaca, de unos 30 kilos de peso, encontrado muerto en un albergue municipal de Sevilla con síntomas evidentes de desnutrición.

Según el último informe de Cáritas, en España viven cerca de 3 millones de personas en situación de pobreza severa, que malviven con menos de 300 euros al mes, mientras el número de millonarios se incrementó en un 13 por ciento. Son cifras tan duras como la realidad que vive este país, en el que ya nos hemos acostumbrado a ver en nuestras calles la estampa de parias y excluidos hurgando en nuestros contenedores de basura.

Con este artículo AG trata de rendir homenaje a los que no tienen nada, mirándonos en el espejo de lo que ocurrió en los años 40 del siglo pasado y durante la Guerra Civil en las zonas que, como Madrid, se vieron desabastecidas de alimentos. Los años del hambre en los que, salvando las distancias, la necesidad y la imaginación de los ciudadanos se tradujeron en nuestra particular versión ‘fast food’ de la miseria. O dicho de otra manera, como reza el artículo, los ‘Platos Michelin’ del hambre en la España de Franco, de los que ofrecemos un listado con 13 ejemplos.

Mondas de patatas.
En ciertos ambientes culinarios, en la actualidad, se ofrece al comensal mondas de patatas fritas con salsas alioli, romescu, kepchup. Se trata de un barbarismo culinario procedente de los restaurantes de comida rápida en Estados Unidos y que en su versión más austera (mondas y lirondas) se convirtió en uno de los platos habituales en la España del hambre. Cuando no había nada, los más pobres recogían de la basura los restos. Se aprovechaba todo, en este caso la piel de la patata y se freía, como la cáscara de los plátanos, las hojas de remolacha o las vainas de las habas. Fast food.

Tortilla de patatas sin huevos ni patatas
A finales de 1938, Ignási Domench i Puigcercós, gastrónomo y editor catalán, publicó “Cocina de recursos”. Se trata de un clásico de la cocina de subsistencia donde se demuestra que a falta de recursos, la imaginación y el ingenio son capaces de  hacer milagros, como es el caso de este plato. El huevo en guerra y posguerra era un producto muy costoso (probablemente por la dificultad de su transporte y conservación). A falta de este producto Domenech se inventó un plato sustituyendo el huevo por una pasta de harina, bicarbonato y agua, mientras que el tubérculo era desbancado por las mondas o la parte blanca de la piel de la naranja.

Pellejo de naranja frito.
La línea narrativa del artículo nos lleva al siguiente plato: pellejo de naranja frito. Naturólogos y nutricionistas escriben hoy sobre los beneficios del pellejo blanco que se encuentra entre la cáscara y la fruta de la naranja. La mayor parte de la fibra de la naranja se encuentra precisamente en el pellejo y se recomienda para mejorar el funcionamiento del intestino e impedir que la grasa se asimile. En guerra y en posguerra se comía por hambre, bien fritito o en crudo si no había más remedio.

Ratas de campo.
En las zonas rurales el hambre y la subsistencia adquirían otra dimensión. El campo y sus cultivos estaban en muchos casos paralizados e intervenidos y la gente pobre se buscaba la vida como podía: cangrejos, truchas, pajaritos y conejos a lazo y ratas de campo asadas en un palo sobre el fuego. Miguel Delibes dedica una de sus obras maestras a ‘Las Ratas’ en el amplio sentido de la palabra, describiendo la degradación, la vileza y el bestialismo al que es capaz de llegar el ser humano en tiempos de necesidad, pero también la bondad innata de los niños de la posguerra, en este caso, en un pueblo mísero de Castilla.

Café de malta, achicoria, “recuelo”.
En tiempos de necesidad, se hicieron muy populares en los cafetines más míseros de Madrid los cafés de recuelo, un preparado con restos de café cocido por segunda vez y con leche aguada. Don Latino de Híspalis le recomendaba a Max Estrella en la obra maestra de Valle Inclán ‘Luces de Bohemia’ un café de recuelo para entrar en calor, que no impidió que el ciego ilustre falleciera hambriento y aterido en las calles de Madrid.  En guerra y posguerra este café volvió a triunfar, con otras variantes de cereales o plantas alternativas como la achicoria o la cebada (preparado en malta) que se freían sobre una sartén y posteriormente se molían en los hogares, intentando despistar el ruido de las bombas.

Sopas de Inmundicias.
Mercedes J., una abuela ilustre de AG, nos relata cómo vio llegar a la señora Cesárea, su abuela, a la madrileña calle de Olavide, procedente de la cárcel de mujeres de Barbastro. Era un cadáver andante. Daba pena verla. Una denuncia falsa cambió para siempre la vida de Cesárea, una señora normal y corriente, analfabeta y apolítica, que de la noche a la mañana se vio obligada a malvivir en compañía de prostitutas y delincuentes. Un cáncer de estómago la mató (la liberaron para morir) probablemente por las sopas de alpargatas y basura que le servían las monjas. Es una historia más de una de las épocas más tristes de este país.

Las lentejas de Negrín.
Juan Negrín, socialista y médico de profesión, fue nombrado presidente de la República en 1937 en sustitución de Largo Caballero. Su vocación médica le hizo tomarse muy en serio los problemas de alimentación de los ciudadanos a causa de las carestías ocasionadas por la guerra. Se acabaron el azúcar, los garbanzos, las judías y uno de los pocos alimentos que todavía llegaban a las ciudades eran las lentejas (mezcladas con piedras), que se degustaban lógicamente cocidas con agua y si había suerte, con alguna cebolla.

Boniatos.
Ismael Díaz Yubero, uno de nuestros cronistas del hambre, nos cuenta que boniatos, castañas, algarrobas y garrofa (piensos para animales), garbanzos tostados con cal, altramuces, almortas y las pipas eran aprovechados y bastante bien valorados en guerra y en posguerra.  Los boniatos, en concreto, se convirtieron en la posguerra española  en uno de los alimentos claves. Ante la escasez de patatas, los boniatos se comían incluso fritos o en guisos, como ingrediente principal de las comidas.


Gachas
Las Gachas Manchegas,  son uno de los platos de referencia de la gastronomía española. Constituyen un alimento rico en calorías y apropiado para las épocas de más frío y se convirtieron en un alimento básico para las personas del campo durante la posguerra, cuando se comían prácticamente a diario.
En su versión más austera se trata fundamentalmente de una pasta de harina de almorta, que si hay suerte se acompaña de tocino y chorizo mezclado y bien caliente. Y por supuesto ajo, sal y pimentón. La almorta se trata de un alimento tóxico que al consumirse en grandes cantidades y durante periodos prolongados de tiempo puede llegar a provocar latirismo (inmovilidad de las articulaciones y deformación de huesos). Pero si se consume de manera ocasional, es un manjar inofensivo.

Sopas de ajos
Otro plato muy humilde, pero muy rico en sabor, que se convirtió en un clásico diario de la posguerra fueron las sopas de ajo, compuestas como casi todo el mundo sabe con restos de pan duro, agua, ajo, aceite y pimentón, elementos que están presentes en toda cocina española que se precie y por muy poco dinero.
Se sirven en una taza de barro con un huevo escalfado opcional y hoy en día, como las gachas, son también un manjar de invierno perfecto para abrir boca antes de hincarle el diente a un buen lechazo. Los tiempos, desde luego han cambiado.

Pan de maíz o altramuz, con aceite o con vino.
Seguimos con el pan. Este producto es un elemento básico en la mayoría de las culturas y en diferentes formatos. En España, cuando los campos redujeron su producción y llegó la carestía, la harina se sustituye por otros elementos como el maíz o el altramuz, una hortaliza que ahora curiosamente recomiendan como complemento para dietas bajas en carbohidratos y como alternativa a la  soja. Su gusto es dudoso y en aquellos tiempos se distribuían en un formato de bolas amarillentas ‘más duras que el acero’, de tal manera que te podrían descalabrar si te caía alguna de las que arrojaban desde los aviones.
El pan con aceite era una merienda obligada cuando no había nada más que llevarse a la boca y con ella se aguantaba por las noches, cuando no te tocaba acostarte con el estómago vacío, como le pasaba al bueno de Martín en ‘la Colmena’ de Cela.

Carne de caballo.
La carne en tiempos de guerra y posguerra era un lujo al que no podía acceder la mayoría de la población. Para comer carne la gente se buscaba la vida y una de las opciones era la de caballo. En Madrid, se hacía cola en un cuartel de la Guardia de Asalto que estaba situado a la altura de la actual plaza de Santa María de la Cabeza, para comprar este producto cuya presencia en platos preparados, como la lasaña o las empanadillas, hoy escandaliza.

Vino.
Cuentan las crónicas que el vino, curiosamente, fue uno de los productos que nunca escaseó. Lo bebían los soldados en el frente como complemento alimenticio, para entrar en calor y encontrar el valor suficiente para enfrentarse a las balas del enemigo. El vino hoy en día sigue siendo un clásico del desarraigo, la marginalidad, la locura y la resignación en las calles de nuestras urbes.

Foto: Público.es


23 de mayo de 2013

EL PLACER DE APRENDER Y LA PASIÓN DE ENSEÑAR


Artículo escrito por Lidia Falcón, abogada y escritora. líder del Partido Feminista. Publicado en Público.es el 22 de Mayo de 2013.

Con la noticia de la aprobación del proyecto de Ley de Educación de Wert se me agolpan los recuerdos de las sucesivas experiencias que la instrucción pública ha sufrido en nuestro país. No olvidemos que el Ministerio de la II República se llamaba expresamente así, cuando los hombres y mujeres ilustrados, formados en la Institución Libre de Enseñanza, creían que la implantación de un sistema de enseñanza, público, obligatorio, laico, igualitario, universal y gratuito, basado en los valores de la moral de la Ilustración, haría de España un país avanzado, desarrollado y libre. Precisamente el proyecto que tuvo la II República y que tan sangrientamente fue destrozado por la Guerra civil y la dictadura.
Pues bien, en ningún momento de estos tan alabados años de democracia, que no de República, no hemos logrado recuperar aquel bendito plan de enseñanza cuyo último Ministro Marcelino Domingo implantó en los últimos años de su mandato. Ni los socialistas, siempre estrangulados por su temor a la Iglesia, a la burguesía y a los poderes financieros, que con evidente cobardía nunca se atreven a molestar a las oligarquías; ni por supuesto los populares que vienen a cumplir los propósitos de sus amos: capitalistas, OPUS, vaticanistas, han reimplantado en España un sistema escolar que siguiera los pasos de nuestros admirables maestros republicanos.
No solamente no se han construido escuelas públicas en la proporción necesaria, confiando buena parte de la enseñanza a los colegios privados –esos que ahora se llaman concertados-, y que pagamos con fondos públicos, la mayoría de los cuales naturalmente son religiosos; no solamente no se ha dotado de medios económicos a los colegios e institutos, no se ha contratado a los profesores necesarios para que las aulas no estén saturadas, sino que, sobre todo, sobre todo, se ha procurado desprestigiar a la escuela pública y a sus maestros. Exactamente la política contraria a la que realizaron, con tanto esfuerzo y entusiasmo los hombres y mujeres de la II República.
Los políticos que han gobernado en nuestro país en los últimos treinta años se han complacido en cumplir en primer lugar las exigencias de la Iglesia, proporcionando clases de religión cuyos profesores se pagan del erario público. Y por supuesto han puesto el sistema educativo al servicio del capital. Las escuelas y las Universidades privadas proliferan por todo el país, prestigiándose a pesar de poseer un nivel detestable, gracias a que los gobiernos han difundido de la idea de que la escuela pública es de muy mala calidad y que cualquier familia que se precie ha de matricular a sus hijos en la privada. Esa que lleva nombres tan modernos y liberales como Sagrado Corazón, Esclavas de Jesús, Esclavas de María, Hermanos de las Escuelas Cristianas, Nuestra Señora de Lourdes, Escolapios, Franciscanos, Maristas, etc.etc.
Los programas escolares están dirigidos a cubrir las necesidades de las empresas y en absoluto a dotar de capacidad de pensamiento y de crítica, así como sabiduría, a los alumnos, de tal modo que en estos años se han ido rebajando de categoría, hasta casi desaparecer, todas aquellas materias que forman realmente a los individuos para que se conviertan en personas, y que hoy se consideran inútiles: Latín, Griego, Filosofía, Arte, Lengua, Literatura, Historia, Sociología, Música. Inútiles para formar trabajadores del capital, que sólo requiere trabajadores manuales especializados, o gestores de las empresas. El plan Bolonia es el delirio de este proyecto, que el capital europeo ha impuesto con saña y que en nuestro desgraciado país, ya desangrado por el avance sin piedad de las exigencias de la oligarquía, llevará al final desguazamiento de la enseñanza humanística y clásica.
Lo verdaderamente patético no es que la nueva ley Wert imponga evaluaciones periódicas, rebaje la edad para decidir la Formación Profesional o el Bachillerato, o sitúe a la Religión como asignatura troncal, como se están complaciendo en criticar los opositores a esa ley, con una indignación sorprendida, totalmente infantil. Esas medidas eran perfectamente previsibles, ya que están en el ADN de la derecha española, y únicamente vienen a agravar las terribles carencias anteriores. Lo que ha desmontado nuestro sistema educativo ha sido la política implantada desde el comienzo de la democracia, y especialmente desde el triunfo del PSOE en 1982, cuando se estimó que lo importante para que “España funcionara” como destacaron González y Guerra, era que los estudiantes se prepararan para competir con la empresa capitalista europea. Y ese propósito, ni siquiera conseguido porque la escuela española no ha asumido nunca que hay que enseñar a las niñas y a los niños la perfección de las tareas, se tenía que alcanzar estudiando materias técnicas y de administración de empresa y despreciando todo el acervo que forma parte de la cultura universal.
Entrar en la carrera de la competitividad implica la exaltación del individualismo frente a la tarea colectiva, imponer la meritocracia frente al avance de la mayoría, que tan abandonada estaba, y dedicar todos los esfuerzos a ganar dinero, como con tanta arrogancia afirmó Carlos Solchaga, cuando era ministro de Economía, presumiendo de que España era el país donde era más fácil hacerse rico en poco tiempo. Cuando la burbuja inmobiliaria atrajo a miles de jóvenes a acarrear ladrillos porque era más lucrativo que estudiar, el fracaso de la escuela pública estaba garantizado.
Cuando se elaboró el primer informe PISA me dejó pasmada la reacción de los profesores, algunos de los cuales tengo en la mayor estima. Parecían sorprendidos por los resultados como si nunca, en sus muchos años de trabajo en la docencia hubiesen podido imaginar que sus alumnos padecían las carencias que allí se evidenciaron. Recuerdo que a una de las directoras de Instituto le escribí que yo, que tenía pasantes de mi bufete, Licenciadas en Derecho y abogadas en ejercicio, que no sabían leer ni escribir, conocía desde hacía tiempo el nivel cultural de nuestros jóvenes y que no comprendía como ellos, los profesores que se dedicaban a eso, no se habían enterado antes.
Pero es que el desprecio con que se trata a los profesores desde la implantación de la dictadura, y que apenas se ha mejorado en la democracia, es otra de las simas que no se han superado y que condenan irremisiblemente al fracaso a nuestro sistema educativo. Mal pagados, abrumados por tareas superiores a cualquier capacidad humana, y denostados como culpables del retraso endémico de nuestra instrucción, los profesores se han convertido en un colectivo de segunda categoría al que muy pocos querrían pertenecer. De tal modo, la enseñanza es el último remedio para obtener un empleo, cuando no se puede administrar una empresa rentable o el nivel de las pruebas no permite acceder a la física nuclear. En consecuencia, una buena parte del profesorado no tiene vocación alguna para una tarea tan dura, tan ingrata, tan mal retribuida y tan poco estimada. Y con la desgana con que enseñan los alumnos no pueden sentirse motivados. En consecuencia, unos constituyen una clase explotada y sin reconocimiento, y los otros se convierten en ciudadanos mal formados, desinteresados de la cultura y frustrados en sus pretensiones de hacerse ricos.
Por tanto, nuestros profesores y nuestros alumnos desconocen lo que fue la máxima ambición de la II República, que aquellos sintieran la pasión de enseñar y estos el placer de aprender.

Foto: Público.es