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27 de mayo de 2012

UNA HISTORIA DE HACE VEINTE MIL AÑOS


Hace 20.000 años la Tierra comenzaba a calentarse. El casquete polar iniciaba, en nuestro hemisferio, su retirada hacia el norte y los grandes glaciares  hacia las alturas de las montañas. Las temperaturas subían y la vida encontraba nuevos espacios donde desarrollarse.

El interior de la Península Ibérica respondía también al mecanismo del calentamiento global. Los inviernos seguían siendo largos, duros, de negras heladas y nieves cubriendo cordilleras y llanuras. Pero a partir de la tardía primavera, los hielos y el frío manto invernal se retiraban a sus dominios de las montañas, eclosionaban los pastizales y resucitaba cada vez con más fuerza el mundo animal: bóvidos, uros (antiguos toros), megaceros (ciervos) de enormes cuernas y sus hermanos menores, caballos, bisontes, jabalíes, lobos y cánidos, felinos predadores… era una enorme explosión de vida gracias al renacimiento de la tierra.

El hombre, durante la glaciación, había vivido fundamentalmente en la cercanía del mar, en las orillas de las desembocaduras de los ríos donde las temperaturas eran más templadas. Allí se mantenían de bichos que nadasen, se arrastrasen por el fondo o se pegasen a las rocas, además de todo animalito, no mucho, que se pusiese a tiros de sus jabalinas lanzadas con percutor, sus arcos, sus trampas, sus manos y sus dientes. Todo valía para poder sobrevivir a un ambiente frío y hostil.

Con la mejora de las temperaturas durante el verano en el interior de las tierras, los hombres del Paleolítico Superior, de los periodos que los especialistas llaman el Solutrense y el Magdaleniense, se atrevieron a abandonar las costas y, siguiendo los cauces de los ríos, buscar nuevos territorios de caza.

Esta historia que les voy a contar es la las gentes que vivían alrededor de la desembocadura del río Duero. Fueron remontando su curso estableciendo sus campamentos cada vez más al este según el clima se lo permitía. Un buen día, o año, encontraron un afluente del gran río cuyas aguas venían desde el sur, desde tierras un poco más cálidas. Hoy le llamamos del río Águeda, que pasa por Ciudad Rodrigo y hace frontera con Portugal en su discurrir hacia el norte.

Siguieron esa nueva corriente hasta que descubrieron un lugar donde las aguas se encajonaban entre rocas pizarrosas; era ideal para acorralar las abundantes piezas de caza, tender trampas y aprovisionarse de suficiente  carne para el largo invierno.

Pero el hombre paleolítico sabía muy bien que su vida dependía de que no se rompiese el delicado equilibrio natural. La caza no podía ser una masacre sino la justamente necesaria para sobrevivir sin agotarla. Era un regalo de las grandes fuerzas reproductoras como el sol, que con su calor permitía la existencia,  y la luna, Diosa Madre que regulaba los ciclos de vitales de las hembras;  era un don que no se podía malgastar so pena que esas fuerzas retirasen su apoyo a los hombres y sobreviniese la catástrofe.

Así que para equilibrar la vida, esos cazadores comenzaron a grabar en los paneles de rocas pizarrosas que daban a levante las siluetas de aquellos animales que cazaban: caballos, potros, cabras, toros… De esa forma cada vez que salían el sol y la luna y miraban la tierra y sus animales, veían que la armonía natural permanecía. Había los mismos seres vivos bien en su forma natural, corriendo por las praderas, bien en su representación espiritual, con su esencia recogida en las grandes rocas de la orilla del río. Y la vida continuaba.

Han pasado 20.000 años. Aquellos grabados soportaron el paso de los milenios y  han llegado más de seiscientos de  ellos hasta nosotros, a pesar de las inclemencias del tiempo, los humores del río y el vandalismo humano. El lugar, cercano a Ciudad Rodrigo, se llama la Zona Arqueológica de Siega Verde y está clasificado como Patrimonio Mundial por la UNESCO, junto con el yacimiento gemelo de Côa, en Portugal.

De lo que no queda nada es de la armonía y el equilibrio natural. Hace ya mucho tiempo que el hombre perdió su respeto por la Tierra, por la vida y, de alguna forma, por sí mismo. Los hay que incluso matan magníficas bestias, como los elefantes, simplemente por el placer de matar. Ustedes mismos pueden imaginar las consecuencias.

 Fotos: grabados de Siega Verde y panorámica del lugar, tomadas por el autor. Para verlas en grande (recomendado) basta con "pinchar" en cualquiera de ellas. Hay que esforzarse un poquillo para ver la imagen, pero merece la pena; es como la memez del Walli pero en artehistoria.

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