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29 de diciembre de 2011

NOTAS DE VIAJE

Ésta que adjunto es una carta enviada por un amigo en la que nos cuenta sus sensaciones ante la maravilla de ese Románico Palentino , joya escondida del nuestro patrimonio artístico.

Hola Daniel!
 […]
Aprovecho y te envío cuatro fotos que creo que te pueden si no gustar, porque como fotos quizás no den mucho de sí, al menos sí interesar. Este verano estuve en el norte de Palencia y yo también aluciné: es cierto lo que dices en el blog - ¡y tanto!-, era fascinante ir haciendo kilómetros de aldeíta en aldeíta y descubrir casi a cada paso una maravilla así, al alcance de la mano, sin hordas de turistas, sin colas, sin ruidos...



Una foto es del altar de la iglesia de San Salvador de Cantamuda, muy cerquita ya de Cantabria. Una maravilla de belleza y armonía de proporciones. El hombre que la guardaba me dijo: "merece la pena venir ¿verdad?" Yo le respondí: "sí, aunque sea desde mil kilómetros". Las otras tres fotos pertenecen a la pequeñita iglesia de Santa Cecilia en Vallespinoso de Aguilar (¿estuviste allí? Se llega cogiendo la carretera que sale de Aguilar subiendo hacia la presa). No sé si conoces esta iglesia. Está encaramada a una roca, se llega a ella saliendo unos pasos de la aldea de Vallespinoso y cruzando un riachuelillo. 

Cuando llegué allí aquel lugar decidió regalarme ese momento especial que tiene todo buen viaje, ese momento de placer intenso, de paz, de admiración, de sorpresa, ante algo que sale al paso, que aparece de repente, sin que estuviera previsto en el plan del día, o sin que uno esperara que el lugar fuese a darle algo así (seguro que sabes a qué me refiero). Llegué ya a media tarde, después de haber comido en Aguilar y haber subido al castillo. Unas mujeres me indicaron en Vallespinoso cuál era el camino de Santa Cecilia, y la simpatía con la que me hablaron ya empezó a darme buena espina (jeje). Cuando llegué esa sensación de que algo maravilloso se me aparecía allí no hacía sino ir haciéndose más viva. De repente miraba el trigo maduro del campo que estaba a la espalda de la iglesia con una admiración y un respeto extraños; en fin, contándolo ahora es fácil que me quede cursi o que me salga la descripción de una ida de olla cuaquiera... 

El caso es que cuando me fui, después de una media hora allí, solo, rodeando la iglesia -estaba cerrada- fijándome en pequeños detalles, cada vez más intrigado por aquella quietud silenciosa de siglos que reposaba en aquel lugar, sentí vergüenza por haber llegado en coche, habiendo recorrido ese día más de doscientos kilómetros, habiendo localizado previamente el lugar en un mapa en internet, por irme y saber que en una hora estaría de nuevo a cien kilómetros de allí, quizás pensando ya en otra cosa cualquiera, probablemente en las visitas que haría al día siguiente. Sentí vergüenza por lo soberbio e irrespetuoso de nuestro modo de vida, por la prepotencia que nos da, aunque no lo queramos o no lo percibamos, el uso de la tecnología a nuestro alcance -el coche, la cámara, internet, el móvil. 

Fue la belleza y el silencio de aquel lugar el que, por contraste, me devolvió esa imagen triste de nosotros y de nuestro mundo. La iglesia me parecía una presencia misteriosa imposible de comprender: ¿qué significaba aquel silencio, aquella firme quietud de rocas que parecían respirar eternidad? No lo comprendía porque aquel silencio no había sido un rasgo originario suyo -eso pensé- puesto que allí se habrían reunido pastores y campesinos a rezar, pero también a hablar y seguramente también a cantar y a celebrar.

Texto y fotos:  Daniel Castillo

1 comentario:

Antonio dijo...

De esta forma estáis consiguiendo que algo a lo que antes no le daba demasiada importancia, esté atrapando mi interés, poco a poco.
Felicidades porque ese éxito tiene su mérito. De verdad, así da gusto.
A menos de un día para comenzar un nuevo calendario, aprovecho para desearles un 2012 espléndido (y a la visita también).