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8 de julio de 2011

SAN MARTÍN DE FRÓMISTA: ROMÁNICO EN ESTADO PURO




Ya he comentado en alguna ocasión mi admiración por la arquitectura románica como una manifestación de religiosidad mucho más popular que el gótico posterior. Bien es verdad que cuando hago esa afirmación no estoy pensando en la grandiosidad de Santiago de Compostela o la perfección de Jaca, de San Pedro de la Rúa en Estella, el San Isidoro leonés o de otras que todos tenemos en mente.

Me refiero a esas mil iglesitas que encontramos en el Pirineo catalán o en la muy ancha meseta de Castilla y de León, tanto a lo largo del Camino como apartadas de él. Iglesias y ermitas construídas por monjes y canteros locales con la ayuda de los vecinos y, es de suponer, que prácticamente sin dinero alguno. Edificios que servían tanto de refugio espiritual como temporal, cuando la razias tanto andalusíes como de una nobleza empeñada en afirmar su poder y rapiñar de paso con lo que pudiesen, amenazaban vida y bienes de los pocos campesinos que habían osado abandonar el refugio cántabro en busca de una vida menos miserable en las abandonadas tierras del Duero.

El punto intermedio entre esos pequeños templos y las magníficas iglesias monacales o nobiliarias es, en mi opinión,  la iglesia de San Martín deTours en Frómista (Palencia). Se comenzó a construir en el s. XII como pequeña ermita y se termina en el XIII ya como templo monacal con dineros de Doña Mayor de Castilla y dirección de maestros canteros de Jaca.

Ese equilibrio de su historia parece que está reflejado en el perfecto equilibrio de su construcción. Sin darle muchas vueltas: para mí el Románico es San Martín de Frómista. Es en esta construcción donde alcanza la perfección en su sencillez de líneas, la limpieza de su planta basilical de tres naves, la simetría perfecta de sus torres y el movimiento contenido de sus ábsides. La decoración es la justa para saber que estamos ante la casa del Señor, pero alejada de todo barroquismo que distraiga la espiritualidad a la que apuntan sus delicadas formas. Quizás tenga algo que ver en ello la magnífica restauración que de la iglesia hizo el arquitecto Aníbal Álvarez y Amoroso a finales del siglo XIX cuando toda la fábrica estaba al borde de la  ruina, pero aún así. Cuando las restauraciones son respetuosas con el original restaurado, incrementan su valor y no al contrario; quizás muchos arquitectos de hoy deberían repasarse los apuntes de don Aníbal a la vista de los horrores que nos tenemos que tragar en nombre de una supuesta identidad arquitectónica de cada época.

Bien; con las fotos les dejo que casi todo comentario sobra. Lástima que en el día y hora que las hice, el sol castellano nos aplastaba con una luz cenital que disolvía detalles y volúmenes; pero eso también forma parte de la esencia de Castilla.

Este es el enlace para ver las imágenes:

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