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2 de mayo de 2011

EL 2 DE MAYO


























El 2 de Mayo de 1.808 ha pasado a la historia como la paradigmática fecha en que el heroico pueblo de Madrid y, con él, el resto de España, se subleva contra el ejército francés invasor, revolucionario y ateo. Comienza con ello la terrible Guerra de Independencia que terminará con la victoria española frente a Napoleón. Así nos lo contaron y así quedó grabado a fuego en el acervo histórico colectivo. Pero…

Todo historiador que no adolezca de una profunda pereza mental, que de todo hay por esos pasillos docentes del Señor, debe desconfiar de verdades históricas absolutas sobre todo si se trata de conflictos bélicos en los que podemos dar por sentado que el relato está hecho y manipulado por los vencedores (los buenos), puesto que los vencidos (los malos) no tienen un banquito al sol de la Historia. Como es lógico hay que incluir el 2 de Mayo y los hechos subsiguientes en esta premisa.

Hemos comenzado hablando del levantamiento del pueblo madrileño ¿Todo, como diría el inefable Astérix? Pues no, efectivamente. Las clases intelectuales, los burgueses y comerciantes medianamente acomodados y, fundamentalmente, el ejército, no participaron en su gran mayoría en la revuelta. Los primeros veían en la ocupación francesa la posibilidad de integrarnos en una Europa nacida de la Revolución francesa bajo los principios de libertad e igualdad frente a una España oscurantista, inquisitorial y dominada por curas y terratenientes. En cuanto a la burguesía comerciante e incipientemente industrial (al menos artesana) sentía más pánico por un populacho (en expresión de la época) desmandado y violento que por el orden impuesto aunque fuese por un ejército invasor. Así, sabemos que una vez aplastada la rebelión en la calles madrileñas y habiendo comenzado la sangrienta represión que ordenó el mariscal Murat al mando de la plaza (y del país), fueron mayoría las casas, vivienda y locales que estuvieron cerrados a cal y canto cuyos dueños e inquilinos no prestaron ninguna ayuda a los heridos o ciudadanos aterrorizados que no sabían dónde esconderse.

El caso del ejército fue distinto. El Rey, Fernando VII, antes de su vergonzosa marcha a Bayona por orden de Napoleón para traicionar a su padre y a la nación, había dejado orden al Consejo del Reino que no se moviese un dedo contra Murat ni el ejército francés. Esas fueron las instrucciones que se recibieron en los cuarteles el día 2 de Mayo, y así se obedecieron. La excepción fueron los capitanes Luis Daoíz y Pedro Velarde que sublevaron a la guarnición del cuartel de Monteleón y sacaron la artillería a la calle. Murieron en el hecho, pero caso de no haber sido así, hubiesen sido fusilados por sedición inmediatamente.

Así que tenemos una sublevación madrileña contra el francés en la que participó solamente un sector de población: quizás la más manipulable por su ignorancia, la más desesperada y la que tenía menos que perder.

En cuanto a la derrota final francesa diría, con perdón, que no fuimos los españoles con ayuda de los ingleses los que derrotamos a Napoleón, sino justamente los contrario; fue el ejército inglés, con ayuda de los restos del español, los que vencieron en Arapiles, Vitoria y San Marcial, incendiando de paso,  en una salvaje acción absolutamente injustificable, la ciudad de San Sebastián.

Todo lo expuesto no quita un ápice el heroísmo de los sublevados madrileños. Goya, en su terrible cuadro de los fusilamientos de la Moncloa, y en el más testimonial de la carga de los mamelucos, nos aporta lo que de épico y desesperado tuvo el 2 de Mayo del que fue testigo y cronista de excepción.

Libros recomenados: “El 2 de Mayo” de Pérez Galdós, “Un día de cólera” de Pérez-Reverte y “La brecha” de Toti Martínez de Lecea, este último sobre el incendio de San Sebastián.

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