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21 de febrero de 2011

FENICIOS GADITANOS


En mis primeros libros de Historia, la de España comenzaba con los fenicios. No es ninguna barbaridad según el punto de vista con que se mire. Si hablamos de historia como estudio de los hechos del hombre, nos tenemos que remontar hasta Atapuerca, de momento. Si nos referimos a la Historia como el momento en que eclosiona la civilización con la escritura como primer logro, pues sí, fueron los fenicios los primeros que comenzaron a civilizarnos y todavía estamos en ello con resultados bastantes pobres, por cierto.

Me gustan esos fenicios, los actuales libaneses más o menos, que fueron los primeros inventores de la globalización: fueron los primeros que, sin saber qué significaría ese estúpido palabro miles de años después(1), “globalizaron” el Mediterráneo creando un intenso comercio en todas sus costas por el que a cambio de baratijas que fabricaban en serie bien fuesen imitaciones egipcias, sirias o babilónicas, se llevaban para su tierra las riquezas más importantes de la época: oro, cobre, estaño… o sea, como los chinos hoy, que no hay nada nuevo bajo el sol.

Este pueblo de comerciantes fueron los que fundaron Cádiz, la primera ciudad que como tal existió en nuestra península. La geografía de hace 3.000 años, cuando se crea el emporio, era muy distinta a la actual. Gadir, o Gades para los romanos, se construye en una isla bastante más grande que la península gaditana -en realidad es un tómbolo- actual. La Bahía llegaba hasta más allá de Lebrija, casi hasta Sevilla y las marismas comenzaban su formación con los sedimentos del río Guadalquivir. Un gran templo, el de Melkart (el futuro Herakles o Hércules grecorromano) dominaba la isla y la ciudad, dando origen al nombre de Las Columnas de Hércules con que se conocía al Estrecho de Gibraltar.

Restos de este pasado se conservan hoy en el Museo Arqueológico gaditano situado en la encantadora Plaza Mina.  Los más famosos de entre ello son los dos sarcófagos antropomorfos que muestro en la imagen. El uno de un imponente varón de luengas barbas y el otro de una fémina con un delicado frasquito, probablemente de perfume, en la mano. Siempre me da un pellizco el estómago cuando me encuentro ante restos como estos que os describo. No son simplemente piedras: alguien los encargó hacer sintiendo el dolor (o el alivio) por la pérdida de estos seres probablemente queridos. Un artista dedicó su tiempo y buen saber en fabricarlos. Fueron personas que tuvieron sus vidas las allí enterradas.  Hace 3.000 años.

Ambos sarcófagos se encontraron en distintos sitios y en distintos momentos. No hay por qué pensar que fuesen matrimonio, significase eso lo que significase en la época; pero nosotros, de momento, los hemos unido para siempre -el “siempre” es un “momento”, no me contradigo- reposando uno junto a otro en la sala de un museo que en verdad, como dicen los gaditanos, merece la pena ser visitado.

(1)               Globalizar ¿no significa darle forma de globo a algo? No soy lingüista, pero por ahí debe de andar la cosa. Y algunos andan inflando el globo en su exclusivo provecho.



2 comentarios:

Victoria dijo...

jamás nos llevaste al museo, el que vino después que usted ''estudiaba oposiciones'' y tampoco nos llevó...somos la generación perdida.

Daniel García-Parra dijo...

Sí que os llevé. Pongo por testigo la foto que tengo el el facebuc